Huesca o el embrujo español en
Michel del Castillo
Juan Miguel Borda Lapébie
Profesor Adjunto de Francés
Facultad de Humanidades y C.C. de la Información
Universidad San Pablo-CEU
Profesor Adjunto de Francés
Facultad de Humanidades y C.C. de la Información
Universidad San Pablo-CEU
HUESCA COMO ESPACIO AUTOBIOGRÁFICO
La
búsqueda del pasado, en el marco autobiográfico del “yo”, entendida
como catártico adentramiento en las profundas y sombrías entrañas del
ser, en un desesperado ejercicio funambúlico de supervivencia, bien
podría definir la obra del escritor hispanofrancés Michel del Castillo.
Dicha obra cuya arquitectura aparece fundamentada en un permanente
diálogo entre dos mundos, Francia y España, fruto de una dramática
coyuntura política, marcada por enfrentamientos bélicos - la Guerra
Civil y la Segunda Guerra Mundial - está estrechamente vinculada a una
ciudad: Huesca. La ciudad de Huesca, como plasmación urbana de una
desasosegada percepción de un entorno sociopolítico, la España de
Franco, vista desde la perspectiva autobiográfica del exilio, los campos
de internamiento y los orfanatos, se erige pues en espacio mítico de
una experiencia vital, en una buena parte de la extensa producción
novelística del autor, de la que destacaremos tres títulos - Le manège espagnol (1960), La nuit du Décret (1981) y Le crime des pères (1993) - objeto de nuestro estudio.
HUESCA COMO REFERENTE METONÍMICO DE ESPAÑA
En
cada una de estas obras, la presencia mítica de Huesca brota de una
misma fuente: el sortilegio del pasado. Este elemento - igualmente
asociable a otra obra del autor (Le sortilège espagnol) - generador
de una actitud vital de ensimismamiento, constituye al mismo tiempo un
punto de partida, inserto en un espacio urbano, alumbrador de unos
recuerdos que, acrisolados en el acto de escritura, liberan al propio
"yo" del autor de su desintegración. La re-creación por la escritura, en
territorio oscense, del obsesivo y recurrente movimiento circular del manège o tíovivo, se inscribe pues en una función de purificación ontológica. Tal vez sea en las primeras páginas del Crime des pères, donde
mejor se refleje esta catarsis escritural, a costa de la desgarradora
recuperación de inconexos y deshilachados retazos del pasado, plasmados
en términos de viaje iniciático, en medio de la incertidumbre y zozobra,
por el reencuentro con un pasado poco grato para el recuerdo:
"Ignoraba
qué iba a buscar en Huesca. ¿Un reconocimiento? Tal vez un desmentido,
una manera de reparar mi imagen mutilada. En realidad, ni siquiera
estaba seguro de alegrarme ante la idea de volver a ver esa pequeña
ciudad en la que creí haber alcanzado la máxima desesperación. Intenté
en vano reunir mis recuerdos que se iban deshilachando a medida que los
recordaba. [...) Mi corazón, conforme mis ojos se alzaban para
interrogar el horizonte golpeaban mis sienes”.1
Por
ello, Huesca actúa, en las tres obras, como referente metonímico,
representativo de una España del pasado, cargada de sombríos recuerdos.
En este sentido, no perdamos de vista los títulos de los textos
elegidos, totalmente coincidentes con la propia naturaleza metonímica de
Huesca: la muerte (Le crime des pères), la noche (La nuit du Décret) y el embrujo (Le manège espagnol). En
ellos, queda perfectamente recogida esa ambivalente percepción de la
ciudad, extensiva al conjunto del país, mezcla de rechazo y fascinación.
Por
un lado, el duelo y la noche acompañan constantemente, en las tres
obras, las imágenes con las que el autor evoca la ciudad de Huesca,
inmersa en una asfixiante atmósfera de intrigas y mojigatería. En Le manège espagnol, el
mentidero de la ciudad, foco de bisbiseos y conspiraciones, se sitúa en
el parque público, en cuyo espacio se halla la concurrida terraza,
regentada por Lucas Sánchez, símbolo del arribismo social y réplica
hispana de Julien Sorel, en la Francia de la Restauración. El reverso de
la ciudad, incesantemente agitada por mezquinos intereses provincianos,
se plasma en el personaje de Carlos Sánchez - hijo de Lucas - El Loco,
figura quijotesca del Ideal español, huido del corrupto entorno urbano
para lanzarse, en la árida sierra oscense, a la predicación entre los
pobres de su Buena Nueva. Huesca, por un lado, y, por otro, su entorno
rural, surcado por Carlos, en su misión redentora, en pos de un retorno
al primitivo espíritu evangélico del cristianismo, presentan
respectivamente dos visiones antagónicas de España: la España vencedora
(la pujante burguesía de la ciudad) y la España vencida (los
desheredados del espacio rural). A un nivel simbólico, con la muerte de
Carlos, a manos de sus enemigos de la ciudad, muere también una España,
inscrita en la trayectoria biográfica y creativa de del Castillo, en
términos de justicia social y búsqueda de un ideal espiritual.
"Carlos
Sánchez había muerto y cada uno se preguntaba qué había desaparecido
con él. Sentado en uno de los bancos que bordean el paseo del parque
[Mosén Risueño] lloraba por Carlos y, sin saber por qué, también por
España".2
La Huesca del duelo y la noche aparece igualmente omnipresente, en La nuit du Décret,
a través de la sombra que sobre la ciudad proyecta la figura del
inspector de policía, Avelino Pared. Aunque transcurriendo en un periodo
cronológicamente más próximo, la Transición, la novela refleja una
sombría y fúnebre atmósfera de putrefacción, en consonancia con una
época que asiste al surgimiento de algo nuevo, la democracia, sin
conseguir por ello librarse aún del lastre del pasado. Como la
adormecida Vetusta o la España machadiana que bosteza, Huesca, en La nuit du Décret, se
convierte, por medio de la figura de Avelino Pared, en un lúgubre
espacio fúnebre de ensoñación mineral. En la novela, Huesca y el
inspector constituyen una misma entidad, incardinada en un común
universo espectral:
"[Avelino Pared] parecía soñar con los ojos abiertos. [...] Pero su sueño era un sueño mineral".
"Sobre la ciudad se cernía un silencio opresor del que salían ruidos aislados rápidamente sofocados. Le [Avelino pared] ví atravesar el Coso, cubierto por copos de nieve que desdibujaban su silueta".3
Por
otra parte, el joven policía, Santiago Laredo, trasladado a Huesca,
procedente de Murcia, tampoco logrará sustraerse al fúnebre
encantamiento de la ciudad. Cautivo de la maléfica sombra que la
envuelve, desde la espectral figura del inspector, su estancia en Huesca
se convierte en un progresivo e imparable proceso de desintegración
interna cuya culminación se materializa en la muerte de Pared, asesinado
por él a tiros. Obligado a tomar el camino del exilio para eludir la
acción de la justicia, Laredo elegirá como lugar de residencia la ciudad
francesa de Pau. En ella, ya fuera del alcance del maleficio oscense,
la fisionomía urbana de la capital bearnesa cobra ante él un nuevo
rostro, luminoso y limpio, el del retorno a la vida, quedando atrás,
como si de un sueño se tratara, Huesca y sus espectros:
"[En
Pau], al atardecer, me paseé por las calles limpias y tranquilas. Desde
el bulevar, contemplé los Pirineos. El cielo estaba despejado, la luz
era nítida".4
La
Huesca del duelo y la noche se confunde igualmente, en las tres obras
de del Castillo, con la España necrofílica que vive para sus muertos,
convirtiéndolos en objeto de veneración y culto, cuando en vida apenas
han sido objeto de atención y reconocimiento. Las maldicientes Doña
Mariana y Doña Antonia del Manège espagnol, siempre al acecho de
todo cuanto en la ciudad se relacione con chismorreos e intrigas, se
recrean mutuamente en relatos que giran en torno a fallecimientos y
veladas fúnebres, en donde no falta ningún detalle a cual más morboso.
En el transcurso de uno de estos encuentros, Doña Antonia no puede
ocultar ante Doña Mariana su indignación por la actitud de la viuda del
último muerto al que ha velado, por no haberse hallado presente ésta
junto al cuerpo de su difunto esposo. Para ella, el peor pecado, incluso
por encima del adulterio, en el que puede caer la mujer española, es el
de negarse a acompañar, en sus últimas horas, a su marido muerto. En
esta línea, el duelo y la noche, reflejo de una España saturnal que
devora a sus propios hijos, nos remiten, desde la intertextualidad, en Le Crime des pères, en el marco de la fúnebre y desolada estación de Huesca, al espacio mítico de la Rusia de las almas muertas, recreado
por los novelistas rusos del XIX. Al mismo tiempo, en este universo
espectral de muertos vivientes, la Huesca real de los recuerdos
autobiográficos acaba fundiéndose, en esta novela, con la Huesca mítica
del universo de ficción. En ella, en el transcurso de la peregrinación oscense,
se entremezclan, como en un sueño, las imágenes de lo vivido años atrás
con la escena de Santiago Laredo persiguiendo a Avelino Pared para
matarlo. En términos más generales, esa Huesca - referente metonímico de
España - putrefacta y descompuesta, evocada en estas tres novelas, se
halla también presente en el conjunto de la obra, de temática española,
de Michel del Castillo, que de este modo puede leerse como un
ininterrumpido discurso monográfico, compartimentado en unidades
textuales (novela o ensayo), en permanente diálogo entre sí. Ese totum revolutum, centrado
en torno al referente español, que constituye la producción literaria
del autor, transcurre así sobre la base de una dinámica de creación
mediante la cual la realidad se convierte en sueño y el sueño en
realidad, en las coordenadas de un realismo mágico. Podemos verlo, en Le Manège espagnol, cuando
el autor evoca las desiertas calles de Huesca, aplastadas por una
sofocante canícula, por las que se oyen, desde las ventanas abiertas de
las casas, los informativos radiofónicos con noticias procedentes del
extranjero, como un eco lejano perdido en la irrealidad de un soñoliento
universo que se debate entre la vida y la muerte. También, en esta
novela, esta vez, fuera del ámbito urbano de Huesca, en el igualmente
fúnebre y tedioso Madrid estival, vemos irrumpir, en un decorado cuasi
onírico, a unos turistas franceses que han acabado sucumbiendo al letal
letargo de la capital. Por otra parte, este retorno a la vida que, como
hemos visto, parece vislumbrarse en el final de La nuit du Décret y
que se opera con el paso de un entorno urbano a otro, detrás de los
Pirineos, cobra especial relevancia en las coordenadas míticas de la
obra de Michel del Castillo, vertebrada sobre la base del esquizofrénico
y atormentado encuentro de dos mundos: Francia y España. En Le Crime des pères es igualmente la ciudad de Huesca, a la que el autor peregrina, tras
varias décadas de vida en Francia, la que acompaña su discurso en torno
a su propia arquitectura existencial, a caballo entre dos culturas. Los
sentimientos relativos a España presentes en la obra, que, mediante el
acto de escritura, el autor se afana por rescatar de las zonas más
oscuras y adormecidas de su conciencia, surgen disparados, como el
corcho de una botella, desde el registro de una sangrante emocionalidad,
por parte de un ser al que ha tocado padecer los avatares de la
Historia.
HUESCA O EL ACTO DE ESCRITURA COMO PUNTO DE ENCUENTRO ENTRE DOS MUNDOS
El
lenguaje del odio con el que Michel del Castillo arropa su discurso
sobre España aparece estrechamente ligado a la iconografía de la Guerra
Civil y el franquismo. Grabados para siempre en su memoria, los
episodios relacionados con este periodo histórico pueblan las
evocaciones literarias de ese conjunto de ciudades - entre las cuales
Huesca juega un papel tan destacado - que han jalonado la juventud
española del autor. En Le manège espagnol, mediante la
descripción del desolador aspecto del Casino oscense, reconvertido en
hospital militar de un harapiento ejército o en Le Crime des pères, con
la evocación del Madrid republicano de los puños cerrados, las propias
sonoridades de la lengua castellana resuenan en ecos de odio y locura
colectiva, en contraposición con el francés, receptáculo lingüístico de
la dulzura y armonía del mundo:
"Mi
odio a España se hallaría oculto en alguna zona inaccesible de mi ser.
El lenguaje se encargaría de sacar a flote todo aquello que permanecía
escondido".5
“En
el exterior, el universo estaba lleno de odio. En las calles, los
transeúntes tenían feroces miradas. Desfilaban con los puños cerrados,
agitaban banderas y fusiles. En cuanto las primeras palabras de español
empezaron a retumbar en mis oídos, reconocí mi odio.[ ...] Desde mi
tierna infancia,- el francés fue para mí la lengua de las confidencias. "6
El
francés, como lengua en la que se cristaliza el propio acto de
escritura, actúa de este modo, en la obra de Michel del Castillo, como
lenitivo sobre el escozor de las heridas españolas. La escritura
francesa surgida del odio español, o lo que es lo mismo, del amor
despechado, se torna, en Le Crime des pères, en sereno
reencuentro con el pasado, al término de la estancia en Huesca. Mediante
la escritura, del Castillo toma conciencia de la vacuidad de su
anterior visión maniquea del mundo, dividida en dos bandos, al igual que
la excluyente y dogmática iconografía franquista. Más allá de esa
dicotomía, y sin caer en la tentación xenófoba, pero en sentido inverso,
de gran parte de los personajes del Manège espagnol, acérrimos
enemigos de todo lo procedente del extranjero y concretamente de lo
francés, el reencuentro con España, va de la mano del propio acto de
escritura que se erige en conquista existencial:
“Sigo
desgarrado. Tal vez sea ése nuestro destino, el de todos aquellos niños
de un siglo de violencia, el de vivir y sentir ese desgarro. Al menos
ahora sé donde se sitúa la fractura. [...] No se trata del Bien y del
Mal, la Verdad y el Error, simplemente de la conquista de una lengua
donde poder depositar los sufrimientos”.7
HUESCA COMO SIMBIOSIS ENTRE LOS ESPACIOS URBANO E IDEOLÓGICO
Estas
tres obras, aunque vinculadas entre sí por un marco geográfico común,
se articulan respectivamente en torno a registros claramente
diferenciados unos de otros: la parodia (Le manège espagnol), el realismo (La nuit du Décret) y la autobiografía (Le Crime des pères).
La descripción de Huesca, a imagen de la panorámica vista de Vetusta,
desde lo alto de la catedral, ofrecida por Clarín en las primeras
páginas de La Regenta, arranca en Le manège espagnol,
siguiendo la tradicional fórmula realista de la novela del XIX, con una
visión general de la ciudad, en la que la geografía arquitectónica se
entrevera con la humana. Desde un recorrido visual que estratifica la
ciudad en función de sus distintos asentamientos sociales, Huesca
aparece recortada en varios segmentos, habitados cada uno de ellos por
una población específica. Los tres ejes de la ciudad, insertos en la
obra, reflejan de este modo en su conjunto una clara compartimentación
de los distintos estamentos sociales de la época por la cual los más
desfavorecidos quedan excluidos del núcleo úrbano, alojados en las
afueras, en barracones o incluso cuevas:
“Las
grandes familias residen en la avenida del General Franco que bordea el
parque. Los comerciantes y los funcionarios, en el Coso. La pequeña
burguesía se asienta en la parte alta de la ciudad. Los pobres se alojan
en cuevas, cabañas de madera o casas prefabricadas, al otro lado de la
colina”.8
La Huesca del Manège espagnol
concentra así, en su espacio urbano, una clase media en plena pujanza,
a la sombra de una sociedad que, dejando atrás la España del hambre,
empieza a sustituir la pureza de unos ideales por el afán especulativo,
en puertas de una década de desarrollismo. Pero más allá de esta primera
toma de contacto con la ciudad de Huesca, por parte del lector, resulta
importante incidir, fundamentalmente en Le manège espagnol, en
la estrecha relación entre el espacio urbano y el espacio ideológico. En
la obra, el acoplamiento entre ambos planos se explica por la propia
naturaleza paródica de ésta. En efecto, la lente de aumento con la que
el autor enfoca la realidad sociopolítica de la España de los 50, hasta
extremos burlescos, rayanos en el esperpento nacional, convierte Huesca
en un grotesco guiñol o tíovivo por donde van desfilando - o girando -
como en las farsas medievales, a través de un sinfín de personajes, toda
una serie de representaciones de estereotipos culturales, políticos y
religiosos inherentes al anterior régimen. Este tono de farsa que
envuelve la Huesca del Manège espagnol y que explica la íntima
relación entre el espacio urbano y el espacio ideológico, se manifiesta,
en primer lugar, en la elección de los nombres de los personajes
representativos de los distintos estamentos sociales. El padre Risueño,
el teniente general Camaleón, la maestra Doña Tardía, la influyente
señora de Carros, la condesa de Rosatonta...pueblan un universo
esperpéntico, en clave de humor, emparentado, sin duda alguna, con el de
Gide, en Las cuevas del Vaticano o Los monederos falsos, desde un mismo ángulo de crítica del orden establecido. Es por tanto, en el marco de la parodia, donde Le manège espagnol
ofrece una íntima relación entre el espacio urbano y el ideológico. En
una época en que la clase dirigente empieza a ver en la Monarquía,
representada por Don Juan, un medio de perpetuar el Régimen y
encarrilarlo por una vía de aperturismo político, dejando atrás el viejo
ideario falangista, el Gobernador de Huesca, que aún no ha abrazado la
causa monárquica, y víctima por ello de un creciente aislamiento
político, habita en un palacio curiosamente situado en una zona apartada
de la ciudad:
“Esa
parte de la ciudad que se llama Ensanche era un barrio nuevo sin
árboles ni flores. El palacio del gobernador se erigía de este modo al
margen de la ciudad, en un simbólico aislamiento”.9
Igualmente, el palacio de Abastos, sede administrativa de la ciudad,
que agrupa a varios centenares de funcionarios, ociosos y sin ningún
tipo de atribuciones, con los que Madrid no sabe qué hacer, representa
la absurda vacuidad de un Régimen, basado en el pesado e inoperante
Estado burocrático:
“Este
inmenso palacio aragonés que data del siglo XVII, albergaba a
novecientos funcionarios. Nadie era capaz de decir qué hacían. Sus
servicios habían desaparecido desde hacía cinco años. Pero el Estado no
sabía qué hacer con sus empleados”.10
La España de los grandes discursos rimbombantes y huecos,
metafóricamente representada por el palacio de Abastos, en un país aún
dominado por el hambre y la miseria, se halla también reflejada, en Le Crime des pères, a través de la descripción de los destartalados locales de la Sección Femenina de Huesca:
“[Pilar]
intentaba disimular su impotencia tras una fastuosa retórica, aderezada
con mayúsculas. La Raza y el Imperio escondían la vetustez y estrechez
de los locales, las rutinas administrativas, la desgarradora miseria que
se sentía incapaz de aliviar”.11
En Le manège espagnol,
en el polo opuesto, frente a estos enclaves urbanos símbolicamente
ligados a las palpables grietas del edificio franquista, otros puntos de
la geografía oscense, evidentemente situados en lugares destacados de
la ciudad, aparecen estrechamente vinculados a los aún vigorosos centros
neurálgicos de poder tanto espiritual como temporal. En el ámbito del
poder espiritual, el obispo, representante máximo de la Iglesia, en su
diócesis, reside en un palacio que domina la ciudad entera:
“El
obispado se halla a la izquierda de la catedral. [...] Desde su
habitación, Monseñor domina el conjunto de su rebaño. Por un lado, los
ciudadanos respetables y, por otro, aquellos a los que llama sus hijos
desheredados y bien amados”.12
Paralelamente,
la elegante parroquia de San Lorenzo, regentada por el padre Risueño,
en pleno centro de la ciudad, a proximidad del parque, reagrupa en torno
a ella a la alta sociedad oscense, en las mismas coordenadas míticas en
las que, en otra ciudad de la obra, Madrid, se inscribe la iglesia de
la Concepción, en el aristocrático barrio de Salamanca.
“Su
parroquia [San Lorenzo], no lejos del parque, era la más opulenta de
Huesca. En la misa de doce y media, los domingos, se puede ver a toda la
burguesía acomodada de la ciudad, luciendo un vestuario impecable pero
pasado de moda”.13
Objeto
de consideración por parte de la Iglesia, con la que colabora
asiduamente, en busca de un ascenso social, a través de generosos
donativos procedentes de las ganancias reportadas por sus turbios
tejemanejes, Lucas Sánchez, dueño de la más afamada terraza de la
ciudad, en la que se da cita lo más selecto de la sociedad oscense,
representa otra figura importante de la geografía humana del Manège espagnol.
Su negocio, ubicado en el parque, constituye una pieza clave del
entramado que conforma el entorno bienpensante de la ciudad de Huesca.
Espacio ideológico del nacionalcatolicismo ambiental de la época, el
establecimiento de Sánchez, indiscutiblemente marcado por el sello del
Régimen, se erige en garante del Orden. En él se reúnen los estudiantes
de los colegios religiosos, los soldados, los notables, el clero...
haciéndose observar a todos las severas normas que en él imperan. El
microcosmos oscense de la terraza y el parque, hervidero de intrigas y
maledicencias, se erige, en definitiva, en partitura de una España del
tedio y el odio, ligada en el autor francés a una identidad rota que
sólo el propio acto de escritura es capaz de recomponer. Una España
mutilada y muerta, en la que ni siquiera cabe el menor atisbo de fe en
un futuro más prometedor. Una España, esclava de su sino en cuya
desértica llanura aragonesa, en medio de la cual yace la ciudad de
Huesca, está grabada a fuego y sangre la agonía de su propia Historia.
Una Historia que, terca y dolorosamente, clavada en lo más hondo, más
allá del tiempo y el espacio, parece ignorar los recientes cambios en
ella inscrita.
NOTAS
[1] CASTILLO, Michel del: Le crime des pères, Paris, Seuil, 1993, p.31.
[2] CASTILLO, Michel del: Le manège espagnol, Paris, Julliard, 1960, p.460.
[3] CASTILLO, Michel del: La nuit du Décret, Paris, Seuil, 1981, p.30.
[4] Ibid., p.325.
[5] CASTILLO, Michel del: Le crime des pères, p.13.
[6] Ibid. pp. 16-17.
[7] Ibid. p.293.
[8] CASTILLO, Michel del: Le manège espagnol, p.25.
[9] Ibid. p.22.
[10] Ibid. p.48.
[11] CASTILLO, Michel del: Le crime des pères, p.65.
[12] CASTILLO, Michel del: Le manège espagnol, p.25.
[13] Ibid. p.28.
© Juan Miguel Borda Lapébie 2002
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid